lunes, 9 de diciembre de 2013

Sombra

Cuando era chica mi sombra siempre me acompañaba, allá donde yo iba, siempre estaba ella. Había un sendero desde mi casa hasta el almacén, bueno, no todo era sendero, una parte era calle de tierra y luego comenzaba un sendero angosto rodeado de gramilla y yuyos altos, eso hasta llegar a la calle de la despensa. Durante todo ese trayecto me acompañaba mi sombra, me sentía tan bien, que creía que éramos solo ella y yo. Hablábamos mucho, yo le contaba sobre mis cosas y ella siempre me escuchaba con atención, creo que éramos muy amigas, de esas inseparables. Sonrío al recordar que una vecina de esas que nunca faltan una vez nos sorprendió riéndonos y charlando, me asusté mucho porque no había oído llegar a la señora detrás de mí, tan concentrada estaba que no noté sus pisadas. Ella pasó apresuradamente a mi lado y apenas me saludó, ni siquiera se dio cuenta que yo no estaba sola, que mi sombra me acompañaba.
Me gustaba jugar a separarme de mi sombra, me quedaba quieta, quieta, quietita y luego saltaba de repente. Por un instante nuestras vidas dejaban de ser una y eran dos, cada una por su cuenta. Y eso era una alegría, porque sabía que la volvería a ver pegadita a mí, oscura y profunda a la luz del sol de noche, alegre y brillante en los juegos de la siesta.
Con los chicos jugábamos a pisarnos la sombra y cuando alguien la alcanzaba sentía como un dolor quieto, propio y a la vez ajeno, en el que la risa y el dolor se confundían, ella era como yo, medio flaca, medio desgarbada, no me gustaba que la rozaran ni siquiera en broma.
Hacia el atardecer mi sombra se estiraba y entonces yo soñaba con alcanzarla, tener piernas largas, brazos elegantes, un aire misterioso y una mirada profunda.
Cuando fuimos un poco más grandes, caminábamos siempre juntas por las veredas del pueblo, ella me ayudaba a corregir una incipiente joroba de adolescente estrenando pechos y yo me hacía la que no la veía, porque no era tiempo de andar haciendo cosas de niñas.

Creo que fue como a los quince o a los dieciocho que le perdí el rastro y no fue sino hasta ahora que comencé a preguntarme qué habrá sido de mi sombra. Tal vez estuvo ella ahí en los tiempos del amor, del dolor, del desamor, de los hijos, del trabajo pero la verdad es que nunca más la vi. Tal vez sepa que estoy aquí todavía. Tal vez.

martes, 11 de junio de 2013

SI ES POR DISCIPLINAR ...

          Gastón está cursando segundo grado, va con un año de retraso porque repitió primero y si una le pregunta qué fue lo que pasó, él responde que tenía sueño y que se dormía en las clases y que –además- no se preocupaba por hacer las tareas que le daban en la escuela. Es bastante menudo de talla así que no se aprecia a simple vista que sea un repitente, es uno más del grupo de segundo. Según cuenta, no sabe por qué razón pero siempre, tarde o temprano, termina involucrado en los problemas que se generan en el aula o en el patio, con sus compañeros.
En general, suele ser de buen trato y se lleva bien con el resto de los chicos, pero dice que hay dos: el Chelo y el Juan que constantemente lo están molestando, es como que lo han tomado “de punto” y así se lo ha dicho a la señorita. En realidad parece que ha intentado decírselo, pero –según nos cuenta- la maestra se hace la que no me escucha, yo le digo: seño, estos pibes me están molestando, pero ella mira para otro lado.
Si le preguntamos a la maestra del grado, ella nos confirma que realmente no sabe qué hacer con Gastón, que es un chico que tiene dificultades y que –a veces- se muestra agresivo, que no hace las tareas y que no observa las pautas de convivencia. Dice que ha llamado a la madre, pero que es difícil que ella se presente en la escuela para hablar de su hijo, del padre es mejor no hablar, Gastón dice que no tiene padre o que –si lo tiene- no lo conoce.
Hace unos días Gastón protagonizó un incidente grave: Juan lo acusa de haber intentado ahorcarlo con las manos, por lo menos eso fue lo que dijo cuando la directora le preguntó qué había pasado. Gastón dice que –cansado ya de las continuas bromas y molestias ocasionadas por Juan y por el Chelo- la emprendió contra ellos intentando defenderse y que Juan –que es asmático- se agitó demasiado al correr. Dice que él no lo ahorcó, dice también que la directora no le preguntó a él sobre lo sucedido. Cuando sucedieron los hechos, la maestra pidió la intervención de la directora quien, apelando a un acuerdo institucional establecido previamente, sancionó a Gastón con un día de suspensión debiendo regresar a la escuela con una nota escrita por él en la que pidiera disculpas a su compañero por lo sucedido.
Tanto la directora como la maestra opinan que es necesario poner límites a los llamados “malos comportamientos” de los chicos, ya que esa suele ser una enseñanza que no reciben en sus hogares y que afecta negativamente la convivencia dentro de la escuela.
Gastón cumplió su día de condena y volvió a la escuela con una nota de disculpa escrita por él de puño y letra ... y copiada con puntos y comas de una que le escribiera su hermana mayor para cumplir con esta obligación escolar.

miércoles, 29 de mayo de 2013

TIERRA

Entraron en el despacho de la oficina de tierras de la municipalidad. Eran tres, el señor y la señora de mediana edad y el niño de más o menos cuatro años. Todos estaban muy abrigados porque hacía frío, ella usaba pollera larga, medias y un saco de color marrón, él llevaba gorra y una campera azul.
En la oficina hacía un poco de calor por la calefacción, él sacó un número y se dispusieron a esperar que los atendieran. Dos empleadas sentadas atrás del mostrador iban llamando por número, cuando les tocó el turno él se acercó y se sentó en una silla frente a la empleada, ella y el niño se ubicaron parados uno a cada lado de él.
lotes en una toma de tierras
- Buenos días… -dijo la empleada con mirada interrogativa
- Vengo por las medidas del lote, acá dice (le muestra un papel)… y yo lo medí, son doce por treinta… y acá dice…
- Acá dice 432, son 432 metros el total de la superficie, de lado a lado – mueve la mano derecha y le indica con el dedo índice como señalando los lados de una figura geométrica
- Pero yo lo medí… son 12 por 30. Algunos lotes miden 14, otros…
- Sí, claro, depende del lote que tomaron, algunos tomaron con una medida, otros con otra
- Sí, pero yo lo medí son 12 por 30 y acá me están cobrando…
- ¿Y con qué lo midió? – pregunta la empleada
- Con la cinta
- Bueno, mis compañeros no trabajan con la cinta, las medidas son así, ellos usan instrumentos de topografía, esas son las medidas, 432 metros cuadrados en total
Se hace una pausa en la conversación, parece que el hombre se ha convencido, pero nuevamente muestra el papel que tiene en la mano y dice:
- Acá dice que la titular es ella- señala a la mujer que continúa de pie a su lado- y yo figuro como suplente…
-  Bueno, aparecen los dos como titulares – dice la empleada y mira a la mujer que continúa en silencio
- Lo que pasa es que no estamos casados –dice el hombre- somos concubinos nomás, y el que va a pagar el lote soy yo…
- Pero usted la declaró como pareja, no importa que no estén casados ¿tienen hijos en común? – dice mirando al niño y haciendo gestos de aseveración
- Sí – contesta él- pero yo sé lo que tengo –mira a la mujer- y después puede haber problemas y ella me dice andate y se queda con todo. Así son las cosas… y el que va a pagar soy yo
La mujer mostraba tímidamente una sonrisa desdentada sin decir ni una palabra.
La empleada llama entonces a otra persona que parecía ser alguien que en la oficina tenía otra autoridad
- Miriam, vení por favor. Mirá, este señor dice que quiere que su nombre aparezca primero –le señala el papel que continúa en manos de él
- Ah, no, yo no le voy a cambiar el orden, es lo mismo, son cotitulares. ¿Son casados ustedes?
Y ahí él insiste: que no, que no somos casados, concubinos nomás, que yo soy el que paga, que yo sé lo que tengo, que el lote tiene que estar a mi nombre…
Todos en la oficina, otras empleadas y también algunos vecinos y vecinas escuchan el intercambio. La señora se anima a decir:
- Yo le dije- y sonríe
- Ustedes son cotitulares, el lote va a quedar a nombre de los dos. Si usted quiere – dice Miriam dirigiéndose al señor- cuando pague las cuotas puede pedir que le den un recibo a su nombre
-  Ah, yo puedo… -dice él
-  Pero el lote está a nombre de los dos –afirma Miriam
La señora insiste:
-  Yo le dije- y sonríe
La empleada los mira y no dice nada. Él guarda los papeles en una carpeta, se levanta de la silla y los tres se van de la oficina. Empleadas y vecinos intercambian miradas. Miriam dice:

-  Sin palabras…

lunes, 27 de mayo de 2013

LÓGICA INFANTIL DE OTRO SIGLO

Había notado que las chicas enamoradas solían aparecer con las huellas de los besos en su cuello y que a algunas se las veía, después, embarazadas. En la clase de ciencias estaban estudiando el sistema circulatorio. La conclusión fue fácil, un niño comienza a crecer en el vientre de la madre cuando el novio enamorado le da un beso en la arteria que va hacia el corazón.

martes, 12 de marzo de 2013

EL CIELO ES UN CASCARÓN




Iban caminando por la vereda cuando el niño señaló la estela blanca en el cielo y preguntó a su mamá:
- ¿Qué es eso mami?
- Es la huella que ha dejado un avión en el cielo
Con ojos de incredulidad, el niño exclamó:
- ¡Ah…! ¡Mirá que va a volar tan alto!

martes, 5 de marzo de 2013

DISPUTAS


Caminaban rápidamente por el sendero, él un paso delante de ella, los dos con igual aspereza en el semblante. Ella tenía muchas ansiedades guardadas, demasiados tiempos de enojo, casi todas las palabras terribles y estaba a punto de liberarse del maldito lastre. Él soportaba estoicamente la rudeza del terreno, los sinsabores pasados lo alentaban, poniendo alas en sus pisadas.
Todo se había desencadenado a raíz de una simple y cotidiana discusión doméstica, siempre era de la misma manera, él reclamaba insistentemente por la presencia y el compromiso prácticamente inexistente de su compañera, ésta, a su vez, no comprendía estas demandas, en realidad pensaba que eran infundadas, que su dedicación era algo que no podía ponerse en duda ni en lo más mínimo, de hecho bien podría haber hecho otra elección hace tiempo; pero allí estaba. Habían pasado lluvias, tiempos tormentosos y calurosos veranos, ni si quiera el frío del invierno había podido con su firme decisión de continuar junto a él, realizar el sueño que en un tiempo fuera de ambos, reunir las tristezas y las alegrías, mirar el atardecer, ver morir el rojo en el horizonte. Pero allí estaba él, diciendo que no estás nunca, que de todo he de hacerme cargo yo, que la vida es un eterno trabajo... Y así lo sentía, ¿cuál es el sentido de la vida? ¿es esto la vida? Imaginaba que si, por ventura, sus decisiones hubieran sido diferentes, otra muy distinta sería la realidad. Hurgaba en sus recuerdos y a veces, cada vez menos, lograba encontrar la razón, el por qué, la emoción. Pero esos eran frágiles instantes, la mayor parte del tiempo la desazón le ganaba el alma, le carcomía el cuerpo y entonces pensaba que ya nada era posible. Y este era uno de esos momentos, así que mientras caminaba delante de ella, intuía su figura conocida y se convencía de que ya todo estaba dicho y hecho, que ahora pondría en su boca las palabras correctas y en su mente las ideas claras para decir lo que hacía tiempo venía guardando. Casi podría decirse que en eso estaban de acuerdo, porque ella también había sido abatida por la sensación o la certidumbre de encontrarse transitando un camino sin salida, para el cual la única solución era el regreso o el salto como vía de escape.
Hallábanse ambos en esta situación de intercambio de gestos, palabras, angustias y dolores, cuando de repente un estremecimiento sacudió el piso firme en el que se encontraban. Mucho polvo y más verde sacudiéndose por doquier les hicieron imposible sujetarse a tierra firme y entonces las pequeñas hormigas realizaron por fin sus deseos: ante la imposibilidad de imaginar si quiera dónde se encontraba el sendero que venían transitando, tuvieron que buscar uno nuevo.
A todo esto, mi hijo Francisco continuó dando brincos con su bicicleta sin sospechar el drama en el que se había involucrado circunstancialmente.

domingo, 3 de marzo de 2013

PARA CURAR LOS NERVIOS


Mi nona curaba los nervios, eso lo supe desde siempre. La gente del pueblo venía y le decía: ay, doña Cecilia! me duele el brazo derecho, creo que hice una mala fuerza el otro día, me duele tanto que casi no lo puedo mover. Entonces mi abuela buscaba una tacita de té y unos granos de maíz, ponía agua en la tacita y se dirigía silenciosamente a su habitación. En la semipenumbra del lugar yo solía mirarla colocar el recipiente con agua sobre la cómoda, hacerse la señal de la cruz y murmurar toda una serie de oraciones. Sostenía los granos de maíz en una mano y de vez en cuando dejaba caer alguno al agua.  Mientras tanto, el paciente esperaba en el comedor de diario de la casa y conversaba con mi tía acerca de cosas cotidianas: la familia, el trabajo. Una vez que los granitos de maíz se habían terminado, la nona pronunciaba una última señal de la cruz y dejaba la tacita con los maíces y el agua sobre la cómoda para dirigirse al comedor y dar el diagnóstico. Dependiendo de la ubicación de los granos en el fondo del recipiente, podía ser que los nervios estuvieran algo o muy anudados, de allí el dolor que la persona denunciara. La cura seguía por unos días más en los que mi abuela iba renovando el agua, el maíz y la ceremonia aunque sin la presencia del doliente.
Era un tiempo en el que esta prácticas no estaban muy bien vistas por las autoridades de salud, no así por la gente, que recurría a ellas tanto como al hospital. Además, la nona no cobraba y sólo recetaba algunas fricciones con aceite alcanforado y reposo en caso de ser necesario. Ella decía que su mamá le había enseñado a curar y que eso era algo que se hacía como favor a las personas, que no se cobraba, que sólo se hacía por el bien y sin pedir ningún pago. Aun así, mi tía estaba siempre preocupada por el tema, ella decía que en cualquier momento a la nona la iban a meter a preso por practicar la medicina. Insistía en que nadie más se enterara de lo que mi abuela hacía, pero eso era inevitable en el pueblo, siempre había gente nueva pidiendo ser atendida: que mi vecina me dijo, que usted la curó a mi mamá… No era que se formaran colas, nunca vi más de dos personas esperando y eso era ya algo extraordinario. Por lo general se acercaban uno que otro paciente durante la semana, no sé por qué el horario preferido era el del atardecer o un poco más tarde, sería que el mal de los nervios se acentuaba en ese momento o que la gente tenía tiempo para ocuparse de sus dolores después de la jornada de trabajo. En general eran hombres o mujeres, no recuerdo haber visto niños o niñas esperando en la consulta. La mayoría de las veces eran conocidos de la familia, pero una que otra vez aparecía alguien nuevo y ese era motivo suficiente para aumentar la desconfianza de mi tía, algunas veces los despachaba desde la puerta nomás, a la pregunta por la señora que cura los nervios les respondía rápidamente que en esa casa no vivía nadie que lo hiciera. Mi nona no protestaba, aceptaba sin más lo que su hija decidiera sobre el tema.
La nona había llegado de Italia a los ocho años, ella y su familia habían dejado su tierra natal escapando de la Europa entre guerras y buscando un lugar en el que fuera posible vivir mejor. No medía más de un metro sesenta y era bastante delgada, sus manos huesudas y un poco retorcidas por los males de la edad sabían del trabajo en el campo, de sembrar achicoria, alimentar a las gallinas y cocinar para la familia. Llevaba su escaso cabello corto sostenido con un par de peinetas de color negro. Usaba siempre vestidos que le cosía mi tía, largos hasta abajo de la rodilla, abotonados adelante, con bolsillos y una pequeña solapa. Calzaba zapatillas abrigadas en invierno y más livianas en verano, sin cordones y con suela ligera porque sufría de unos juanetes terribles que –en ocasiones- la obligaban a hacer algún pequeño agujero en el costado para dar cierta libertad al pie.
Así recuerdo a mi nona, mujer de pocas palabras, sencilla y silenciosa trajinando todo el día entre el patio y la casa, olor a alcanfor, a laurel en el tuco, a ajo en la bagna cauda.

martes, 15 de enero de 2013

Y NOS ESCAPAMOS


Ese día decidimos irnos de la casa. Yo ya estaba cansado de que el padrastro de Teresa se opusiera a nuestra relación. La última vez que había ido a la casa, él me había empezado a molestar diciéndome si yo trabajaba… que tenía poca cara de trabajador y qué sé yo. En ese momento a mí se me ocurrió decirle, siempre con respeto, porque yo soy muy respetuoso, que Teresa siempre había hablado muy bien de él, que yo no tenía nada que decir de él, pero que no quería que anduviera metiéndose en mi vida o en la de Teresa. Después me fui. Claro que él parece que después se arrepintió y me anduvo llamando, varias veces me mandó a llamar, hasta que fui y ahí me pidió disculpas, me dijo que no sé, que lo disculpara, que se había equivocado y qué sé yo.
Pero con Teresa ya hacía siete meses que andábamos de novios, yo la conocí un día esperando el bondi para ir a la escuela, estaba con mi tía y ella me la presentó. No sé por qué pero desde el primer momento que la vi, ella me pareció una chica muy buena, y la quise y la quiero un montón, más ahora que tengo un hijo con ella. Entonces fue que empezamos a hablar, ella me mandó una carta y yo le contesté, después nos vimos y ahí fue que le dije que la quería, pero que no pensara que era por un momento nada más, que si empezábamos algo no iba a ser por diversión nada más, que yo sentía algo por ella y lo que quería era empezar una relación. Y bueno, ahí fue que empezamos a ser novios, ella estuvo como tres días sin venir a la escuela porque los padres no querían que nos viéramos, después tuvo que abandonar porque su mamá quedó embarazada y la necesitaba en la casa.
Yo pienso que ellos no me querían porque conocían a mi familia, a mi viejo y pensaban que yo era como él. Como dicen: de tal palo, tal astilla. Y eso es lo que nunca le voy a perdonar a mi viejo, que yo vaya por mi barrio y todos piensen que soy igual que él.
Después que pasaron varios días nos encontramos de nuevo en la casilla donde se espera el cole, estábamos mi tía y yo y llegó Teresa, me abrazó y me dijo que no pasaba nada, que su papá, bah… su padrastro y su mamá querían hablar conmigo. Yo no quería saber nada, pero ella me convenció, así que fui. Y allí les dije, que yo a Teresa la quería mucho. Cuando me preguntaron qué pensaba hacer, les dije que primero estaba el estudio, como para empezar una conversación, nada más y entonces el padrastro me dijo que estaba bien si pensaba así.
Mi suegra, o sea la mamá de Teresa estaba embarazada y después perdió ese bebé, ya van como tres bebés que pierde, por eso ella no podía hacer nada en la casa. Así que yo iba y con mi señora –que era mi novia entonces-, le hacíamos todas las cosas, yo le cortaba leña y le prendía el calefón para que pudiera bañarse, barríamos, hacíamos todo porque mi suegro no estaba, estaba trabajando en el campo.
Así fue pasando el tiempo, pasaron más o menos tres meses y yo ya sabía lo que estaba pensando Teresa, pero ella un día se me acerca y me dice  que había soñado con un bebé y como que me da a entender que quería tener un bebé. Yo ya sabía y le dije que yo también quería tener un bebé, entonces hablamos de que no estábamos casados, pero que estábamos de novios. Nosotros no teníamos relaciones, tuvimos después que nos juntamos porque yo quería ir despacito. Ella me decía que iba a ser su primera vez y yo le dije entonces: ¡más te vale!, también le dije que tenía vergüenza y que no quería apurar las cosas. Mi suegra siempre me preguntaba ¿pasó algo, pasó algo?, siempre así, tratando de sacarme algo, pero yo siempre le decía no… su hija está intacta. Yo quería ir despacio, porque a Teresa la quiero mucho, ella para mí es un ángel. Yo con las mujeres soy respetuoso, el respeto es lo principal, la amabilidad. A mí no me gusta que pase una chica y gritarle cosas, o por ahí si hay una señora, cuando nos paramos en la esquina y hay una señora al lado, los pibes empiezan con groserías. A mí no me gusta eso, yo de esos pibes, lejito nomás, no me gusta eso, me gusta respetar y nada más. Y los pibes me dicen: ¿por qué no le gritás? ¡desacatate!, ¡sacá tu demonio! No, les digo, yo no soy así como ustedes.
Cuando volvió el padrastro de Teresa del campo, ya no seguí yendo todos los días a su casa, no sé por qué los padres se ponen así, será porque piensan que les quitan a la hija mujer, qué sé yo. Empecé a ir dos veces por semana. Fue en ese tiempo que Luisa habló conmigo, ella era una amiga que había conocido en la iglesia cuando yo iba para ayudar a mi viejo. No sé por qué, pero no le había querido contar nada de Teresa, entonces ella no sabía nada que estábamos saliendo. Parece que habían quedado todos los amigos de acuerdo y cuando llegamos a la casa de Luisa nos dejaron solos y ella empezó a decirme algo como que siempre me había querido y qué sé yo, que quería empezar una relación conmigo, no sé. Y yo le dije que no, entonces ella me preguntó por qué, que si acaso yo no estaba solo y ahí fue que le dije que no, que estaba de novio con Teresa. Ella se quedó muy mal, incluso ahora que se juntó y está embarazada me sigue diciendo cosas. En ese momento pensé ¿por qué no habré esperado? ¿qué hago ahora?, pero yo a mi señora la quiero un montón y no me arrepiento de haberme juntado con ella.
Habrán pasado siete meses desde que empezamos a salir cuando nos escapamos, nos fuimos al río los dos y ahí estuvimos juntos una semana más o menos, hasta que le dije que ya era demasiado quilombo, que volviéramos y habláramos con todos. Fueron los padres de ella a la casa de mi viejo y ahí les dije que bueno, que nosotros nos íbamos a juntar y que ya era la vida de nosotros y que nadie nos iba a interrumpir, que nos iba a decir cómo yo era, ni nada de eso. Así que ahí salió todo bien, estuvimos tres meses y bueno ya ahí, después de los tres meses que estuvimos juntos empezamos a buscar un bebé.

Yo siempre quise tener un hijo, pero no un hijo así para tenerlo y dejarlo abandonado sino un hijo para cuidarlo y acompañarlo toda su vida. Cuando él nació yo estaba en la iglesia, festejando el cumpleaños de quince de mi hermana. Llegó mi suegra, así, corriendo, muy emocionada y me dijo que había nacido mi hijo. Todos empezaron a felicitarme, yo estaba muy contento y quería salir corriendo para conocerlo pero no pude ir hasta el día siguiente porque estaba en el hospital de Neuquén y no tenía movilidad para ir. Cuando lo vi, no lo podía creer, todos en el hospital me felicitaban, lo sacaron de la incubadora y lo tuve un rato en los brazos, ese fue uno de los días más felices de mi vida. Cuando mi señora quedó embarazada, yo la acompañaba a los controles. A veces ella no se acordaba y yo le decía: acordate que tenés que ir al control de la nena, porque yo quería tener una nena, pero salió varón. Me acuerdo que cuando le dije a Luisa que quería que fuera nena, ella me dijo va a ser igual a mí. No, le dije yo, va a ser igual a mi señora. Luisa me dijo una vez que ella no iba a parar hasta tener algo conmigo, pero yo le dije que no, que yo ahora tenía señora y que la quería mucho, que la quiero mucho y más  ahora que tengo un hijo. También le dije que ella me gustaba, un poco para que se tranquilizara, y que yo por ahora no, pero por ahí, quién sabe, en la vida se volvían a juntar nuestros caminos. Un poco para hacerme la contra a mí, creo yo, ella se juntó al poco tiempo que nosotros estábamos juntos con Teresa, cuando le dije que estábamos buscando un bebé, ella me dijo que ellos también. Ahora está embarazada, el pibe con el que vive yo lo conozco, es re tranquilo, muy buen pibe.
Yo no quiero ser un padre como mi viejo, él me ha contado que si actúa así es porque él se crió solo, que sus hermanos lo echaron de la casa y que tuvo que vivir en la calle desde muy chico. Dice que sus hermanos lo habían echado de la casa y que el papá salió a buscarlo, cuando lo encontró él estaba jugando a la pelota en la calle y fue entonces que un auto lo atropelló al que sería mi abuelo. Él murió y mi viejo desde ese día vivió en la calle, todo esto pasó en Chile, no sé mucho de mi viejo, sí sé que estuvo en la cárcel como tres años, por afanar, creo. Será por todo eso que le pasó, que mi viejo nunca estuvo con nosotros, él siempre con su vino y nada más. Una vez él había llegado borracho a la casa y empezó a pegarle con el cinto a mi vieja, a veces también nos pegaba a nosotros cuando salíamos a defenderla. Ése día mi hermano mayor, el Seba, que ya tendría sus quince años, agarró un rifle que teníamos y lo amenazó, le dijo que si él llegaba a tocar a la vieja… No sé cómo hizo, pero lo encerró a mi viejo en la pieza y yo fui a llamar a la policía, cuando llegué al destacamento un policía me alzó en brazos y yo le conté lo que estaba pasando, también le dije que le iba a indicar dónde era mi casa. Fuimos y la policía se llevó a mi viejo, él se reía nomás, estaba tirado en el suelo y se reía. Cuando se lo iban llevando, lo único que pedía era que llevaran su vino, entonces mi hermano le dijo que qué clase de padre era, que se acordaba primero del vino antes que de sus hijos, que él se iba a olvidar de eso, pero sus hijos no.
Mis hermanos más chicos siempre sintieron eso de que mi viejo no se ocupara de ellos. Mi hermanita veía la tele y quería hacer todo lo que veía, debe haber sido por eso de que mi viejo nunca estaba en la casa, o si estaba, estaba en pedo. Un día ella se tiró del techo del galpón de la chacra, serían como tres metros de altura. Ella había visto súperman y entonces se puso una bolsa en el cuello y saltó para volar como súperman. Se rompió contra el suelo, con mi hermano la levantamos y la llevamos a la cama. Cuando ella se despertó se reía nomás. Mi vieja nos echó la culpa a nosotros de lo que le había pasado a mi hermana, por esas cosas que nunca le creen a uno.
Mi hermano, el mediano, ése vivía golpeado, siempre se caía y se golpeaba. Él usaba a los perros de la chacra como si fueran caballos, los montaba y se caía y entonces se golpeaba. Le gustaba ir a visitar a mi papá que estaba trabajando en la chacra, siempre se subía a la escalera hasta que un día se cayó y mi viejo lo único que hizo fue tirarlo en el sillón y decir: llevenló al médico. Esa vez vinieron los de acción social, abogados o no sé qué son, nos preguntaron de todo, que por qué se golpeaba tanto mi hermano, que qué era lo que pasaba… No sé por qué se golpeaba tanto, debe haber sido por mi viejo, porque él no estaba nunca. Un día casi se ahoga, se cayó a un sifón que usábamos en la chacra para tener agua, porque no teníamos agua corriente. No sé cuánto habrá estado ahí hasta que pasó un tractorista y lo sacó, casi se muere esa vez. Pero mi viejo es así, es como que nunca prestó atención a nada.
Por eso yo vivo con mi vieja ahora, ya le dije que a mí no me importa que ella no haya estado mucho tiempo conmigo por eso de la operación de mi hermana, pero que ella es mi vieja y mientras yo esté, que no me entere que el viejo le pone una mano encima. Por suerte, ahora todo ha cambiado, ya mi viejo no toma como antes, él siempre tiene su cajita de vino para el fin de semana, pero no como antes que tenía la heladera llena de vino, ya es todo distinto. Incluso ahora él me habla, me da consejos sobre cómo criar a mi hijo… pero él siempre ha sido así, como que no le da mucha importancia a las cosas.

EL MORIR


¿Cuándo fue que sucedió?, creo que Marco tenía como trece o catorce años. Fueron un día con Elías a visitarlo al hospital, en ese momento lo que más le preocupaba era hacer la estadía del amigo un poco más amena así que cuando él les dijo que tenía sed, enseguida pensó en la cerveza. ¡No, si no te dejan entrar con bebidas alcohólicas!, le señalaron enseguida. Pero bueno, ¿qué son las indicaciones médicas para un amigo que visita a otro amigo?, la latita de cerveza igual entró a la sala de internación, acovachada entre la ropa, disimulada ante la mirada de los extraños y los curiosos.

Marco no sabe muy bien de qué habían operado a su amigo, sí recuerda que ya venía de pasar varios trances semejantes a este, ya tenía como siete operaciones y esta parecía ser una más entre otras. Le contaron después algo sobre una operación abierta para que cicatrizara y una palabra complicada: negligencia, porque él estaba bien, pero algo pasó, un sendero que se interrumpe de repente, una huella que se pierde.


Fue también en aquella época que pasó lo de Hugo. Un accidente, se desnucó (o destungó, como queramos decir) al caer desde una piedra a la orilla del río. El Hugo, recuerda, era un amigo de la infancia, de la primera casa que conoció, allá cerca del estadio. A decir verdad era más amigo de Lucas, el hermano mayor, que de él, pero en la cuadra, en la calle, es difícil distinguir y decir vos estás con éste, yo estoy con aquel. La pelota, la caza de lagartijas en la barda eran el sabor de la infancia y cuando Marco se acuerda, dibuja una sonrisa en su cara y se deja llevar corriendo atrás de la pelota o arriba de la bici. Fueron los primos los que lo mataron, lo empujaron y cayó mal, no se murió ahogado, fue el golpe que se dio en la cabeza contra una de las piedras, ahí mismo, donde todos se estaban bañando. Capaz que fue la culpa o tal vez el miedo, pero ninguno dijo nada, cuando lo echaron de menos ya era tarde, aunque quizás ya era tarde en el momento mismo de caer. Eso fue después de una navidad, fue en esa navidad que tuvimos la desgracia de perderlo, recuerda Marco, tenía veintiún años y a mí me conocía desde chiquito, porque éramos vecinos.

Marco es el más chico de los hermanos y sabe, porque le han contado, que su existencia es algo así como producto de la casualidad o de la buena suerte. Su mamá no debía haber tenido más hijos, pero ahí estaba él, arrebatando el aliento, luchando en contra de una marea que le llenaba los pulmones, sujetándose para no perderse. Luisa, la mamá, dicen que estuvo a punto de dejarse llevar en la instancia del parto. A ella le había agarrado una hemorragia, cuenta Marco que le ha contado su papá, pero, bueno, se salvó ella, me salvé yo.

Salvarse o perderse, escaparse, sobrevivir al peso de la memoria, al dolor de la muerte, salir indemne, colgado de la risa, ese parece ser el trabajo de Marco.


domingo, 13 de enero de 2013

LA HISTORIA DE ÉL CONTADA POR MÍ (con algunas imprecisiones producto de la emoción o del desconocimiento)


Cuando nació ya había una nena revoloteando por la casa, tuvo la suerte o la desgracia de ser el segundón y ya sabemos que eso suele ser una bendición para los varones que pueden apelar por siempre jamás a sus derechos de benjamines indefensos.
Su papá trabajaba en el ferrocarril (eran otras épocas) y su mamá era ama de casa (seguían siendo otras épocas), ella era católica y él ateo reconocido, fue así que en esa casa no se conocieron ni la misa, ni la primera comunión o los pecados capitales con sus culpas concomitantes.  Por ser hijo de ferroviario tuvo algunos privilegios: viajar gratis en primera clase o en camarote, hacer dedo en la vía y que el tren pare para llevarlo y algunos otros que dejaremos atados a la imaginación. Desde chico fue parecido a su papá, sobre todo físicamente, desde grande quiso seguir siendo parecido a su papá, pero no particularmente en la apariencia, sino mejor en aquello que él disfrutaba: los placeres de  la cocina y el cultivo de las amistades entre otras debilidades. De su mamá heredó el cuidado de los otros y la complicada simplicidad de ir a las cosas.
Al crecer se le dio por la natación y así anduvo recorriendo andariveles diversos con variado éxito. Su mejor cosecha de esa época sigue siendo su espalda, formada a fuerza de crols, mariposas y pulmones. En buena hora, porque así consigue espantar los malos duendes que le susurran al oído sus defectos.
En la cronología se sucedería ahora su paso por la escuela técnica y luego por la universidad, todo esto cruzado por el amor y por la tragedia de la muerte de su padre por siempre joven. El amor creo que llegó con la universidad y continuó con el volver a casa y planear el futuro. Ella era lo que él había estado buscando, mucha energía y una gran necesidad de poner palabras a cosas que él ni siquiera sabía cómo nombrar. La familia se fue armando así, como con piezas que fueron encajando, como sonidos que fueron haciendo música. La metáfora viene bien porque en su vida el disfrute estético siempre ocupó un lugar importante: había que ver, había que sentir (pero no tanto), había que oír. Es por eso que durante un tiempo hizo teatro y también algo de cine y hasta ahora –y no hay indicios de que algo vaya a cambiar- la música le mueve las entrañas, sobre todo si se trata de jazz.
Tal como vamos en la historia no resultará extraño saber que su hijo eligió el cine como ocupación y su hija la música, aunque por supuesto a estas inclinaciones también está ligada la mamá: artista plástica, restauradora de muebles antiguos, tejedora artesanal.
Mientras tanto, y por ese afán de ir a las cosas, su vida también fue trabajar y construir y planear el futuro. Así fue que, sin que él supiera muy bien por qué, con el paso del tiempo algo o quizás muchas cosas fueron cambiando y la moneda cayó por el lado de la soledad. Y fue tanto lo que la amó que aún le sorprende no compartir su vida con ella.
Así era él cuando lo conocí.