Caminaban rápidamente
por el sendero, él un paso delante de ella, los dos con igual aspereza en el
semblante. Ella tenía muchas ansiedades guardadas, demasiados tiempos de enojo,
casi todas las palabras terribles y estaba a punto de liberarse del maldito
lastre. Él soportaba estoicamente la rudeza del terreno, los sinsabores pasados
lo alentaban, poniendo alas en sus pisadas.
Todo se había
desencadenado a raíz de una simple y cotidiana discusión doméstica, siempre era
de la misma manera, él reclamaba insistentemente por la presencia y el
compromiso prácticamente inexistente de su compañera, ésta, a su vez, no
comprendía estas demandas, en realidad pensaba que eran infundadas, que su
dedicación era algo que no podía ponerse en duda ni en lo más mínimo, de hecho
bien podría haber hecho otra elección hace tiempo; pero allí estaba. Habían
pasado lluvias, tiempos tormentosos y calurosos veranos, ni si quiera el frío
del invierno había podido con su firme decisión de continuar junto a él,
realizar el sueño que en un tiempo fuera de ambos, reunir las tristezas y las
alegrías, mirar el atardecer, ver morir el rojo en el horizonte. Pero allí
estaba él, diciendo que no estás nunca, que de todo he de hacerme cargo yo, que
la vida es un eterno trabajo... Y así lo sentía, ¿cuál es el sentido de la
vida? ¿es esto la vida? Imaginaba que si, por ventura, sus decisiones hubieran
sido diferentes, otra muy distinta sería la realidad. Hurgaba en sus recuerdos
y a veces, cada vez menos, lograba encontrar la razón, el por qué, la emoción.
Pero esos eran frágiles instantes, la mayor parte del tiempo la desazón le
ganaba el alma, le carcomía el cuerpo y entonces pensaba que ya nada era
posible. Y este era uno de esos momentos, así que mientras caminaba delante de
ella, intuía su figura conocida y se convencía de que ya todo estaba dicho y
hecho, que ahora pondría en su boca las palabras correctas y en su mente las
ideas claras para decir lo que hacía tiempo venía guardando. Casi podría
decirse que en eso estaban de acuerdo, porque ella también había sido abatida
por la sensación o la certidumbre de encontrarse transitando un camino sin
salida, para el cual la única solución era el regreso o el salto como vía de
escape.
Hallábanse ambos en
esta situación de intercambio de gestos, palabras, angustias y dolores, cuando
de repente un estremecimiento sacudió el piso firme en el que se encontraban.
Mucho polvo y más verde sacudiéndose por doquier les hicieron imposible
sujetarse a tierra firme y entonces las pequeñas hormigas realizaron por fin sus
deseos: ante la imposibilidad de imaginar si quiera dónde se encontraba el
sendero que venían transitando, tuvieron que buscar uno nuevo.
A todo esto, mi hijo
Francisco continuó dando brincos con su bicicleta sin sospechar el drama en el
que se había involucrado circunstancialmente.
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