martes, 5 de marzo de 2013

DISPUTAS


Caminaban rápidamente por el sendero, él un paso delante de ella, los dos con igual aspereza en el semblante. Ella tenía muchas ansiedades guardadas, demasiados tiempos de enojo, casi todas las palabras terribles y estaba a punto de liberarse del maldito lastre. Él soportaba estoicamente la rudeza del terreno, los sinsabores pasados lo alentaban, poniendo alas en sus pisadas.
Todo se había desencadenado a raíz de una simple y cotidiana discusión doméstica, siempre era de la misma manera, él reclamaba insistentemente por la presencia y el compromiso prácticamente inexistente de su compañera, ésta, a su vez, no comprendía estas demandas, en realidad pensaba que eran infundadas, que su dedicación era algo que no podía ponerse en duda ni en lo más mínimo, de hecho bien podría haber hecho otra elección hace tiempo; pero allí estaba. Habían pasado lluvias, tiempos tormentosos y calurosos veranos, ni si quiera el frío del invierno había podido con su firme decisión de continuar junto a él, realizar el sueño que en un tiempo fuera de ambos, reunir las tristezas y las alegrías, mirar el atardecer, ver morir el rojo en el horizonte. Pero allí estaba él, diciendo que no estás nunca, que de todo he de hacerme cargo yo, que la vida es un eterno trabajo... Y así lo sentía, ¿cuál es el sentido de la vida? ¿es esto la vida? Imaginaba que si, por ventura, sus decisiones hubieran sido diferentes, otra muy distinta sería la realidad. Hurgaba en sus recuerdos y a veces, cada vez menos, lograba encontrar la razón, el por qué, la emoción. Pero esos eran frágiles instantes, la mayor parte del tiempo la desazón le ganaba el alma, le carcomía el cuerpo y entonces pensaba que ya nada era posible. Y este era uno de esos momentos, así que mientras caminaba delante de ella, intuía su figura conocida y se convencía de que ya todo estaba dicho y hecho, que ahora pondría en su boca las palabras correctas y en su mente las ideas claras para decir lo que hacía tiempo venía guardando. Casi podría decirse que en eso estaban de acuerdo, porque ella también había sido abatida por la sensación o la certidumbre de encontrarse transitando un camino sin salida, para el cual la única solución era el regreso o el salto como vía de escape.
Hallábanse ambos en esta situación de intercambio de gestos, palabras, angustias y dolores, cuando de repente un estremecimiento sacudió el piso firme en el que se encontraban. Mucho polvo y más verde sacudiéndose por doquier les hicieron imposible sujetarse a tierra firme y entonces las pequeñas hormigas realizaron por fin sus deseos: ante la imposibilidad de imaginar si quiera dónde se encontraba el sendero que venían transitando, tuvieron que buscar uno nuevo.
A todo esto, mi hijo Francisco continuó dando brincos con su bicicleta sin sospechar el drama en el que se había involucrado circunstancialmente.

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