Cuando era chica mi sombra siempre me acompañaba, allá donde yo iba,
siempre estaba ella. Había un sendero desde mi casa hasta el almacén, bueno, no
todo era sendero, una parte era calle de tierra y luego comenzaba un sendero
angosto rodeado de gramilla y yuyos altos, eso hasta llegar a la calle de la
despensa. Durante todo ese trayecto me acompañaba mi sombra, me sentía tan
bien, que creía que éramos solo ella y yo. Hablábamos mucho, yo le contaba sobre
mis cosas y ella siempre me escuchaba con atención, creo que éramos muy amigas,
de esas inseparables. Sonrío al recordar que una vecina de esas que nunca
faltan una vez nos sorprendió riéndonos y charlando, me asusté mucho porque no
había oído llegar a la señora detrás de mí, tan concentrada estaba que no noté
sus pisadas. Ella pasó apresuradamente a mi lado y apenas me saludó, ni
siquiera se dio cuenta que yo no estaba sola, que mi sombra me acompañaba.
Me gustaba jugar a separarme de mi sombra, me quedaba quieta, quieta,
quietita y luego saltaba de repente. Por un instante nuestras vidas dejaban de
ser una y eran dos, cada una por su cuenta. Y eso era una alegría, porque sabía
que la volvería a ver pegadita a mí, oscura y profunda a la luz del sol de
noche, alegre y brillante en los juegos de la siesta.
Con los chicos jugábamos a pisarnos la sombra y cuando alguien la
alcanzaba sentía como un dolor quieto, propio y a la vez ajeno, en el que la
risa y el dolor se confundían, ella era como yo, medio flaca, medio desgarbada,
no me gustaba que la rozaran ni siquiera en broma.
Hacia el atardecer mi sombra se estiraba y entonces yo soñaba con
alcanzarla, tener piernas largas, brazos elegantes, un aire misterioso y una mirada
profunda.
Cuando fuimos un poco más grandes, caminábamos siempre juntas por las
veredas del pueblo, ella me ayudaba a corregir una incipiente joroba de
adolescente estrenando pechos y yo me hacía la que no la veía, porque no era
tiempo de andar haciendo cosas de niñas.
Creo que fue como a los quince o a los dieciocho que le perdí el
rastro y no fue sino hasta ahora que comencé a preguntarme qué habrá sido de mi
sombra. Tal vez estuvo ella ahí en los tiempos del amor, del dolor, del
desamor, de los hijos, del trabajo pero la verdad es que nunca más la vi. Tal vez
sepa que estoy aquí todavía. Tal vez.
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