martes, 15 de enero de 2013

EL MORIR


¿Cuándo fue que sucedió?, creo que Marco tenía como trece o catorce años. Fueron un día con Elías a visitarlo al hospital, en ese momento lo que más le preocupaba era hacer la estadía del amigo un poco más amena así que cuando él les dijo que tenía sed, enseguida pensó en la cerveza. ¡No, si no te dejan entrar con bebidas alcohólicas!, le señalaron enseguida. Pero bueno, ¿qué son las indicaciones médicas para un amigo que visita a otro amigo?, la latita de cerveza igual entró a la sala de internación, acovachada entre la ropa, disimulada ante la mirada de los extraños y los curiosos.

Marco no sabe muy bien de qué habían operado a su amigo, sí recuerda que ya venía de pasar varios trances semejantes a este, ya tenía como siete operaciones y esta parecía ser una más entre otras. Le contaron después algo sobre una operación abierta para que cicatrizara y una palabra complicada: negligencia, porque él estaba bien, pero algo pasó, un sendero que se interrumpe de repente, una huella que se pierde.


Fue también en aquella época que pasó lo de Hugo. Un accidente, se desnucó (o destungó, como queramos decir) al caer desde una piedra a la orilla del río. El Hugo, recuerda, era un amigo de la infancia, de la primera casa que conoció, allá cerca del estadio. A decir verdad era más amigo de Lucas, el hermano mayor, que de él, pero en la cuadra, en la calle, es difícil distinguir y decir vos estás con éste, yo estoy con aquel. La pelota, la caza de lagartijas en la barda eran el sabor de la infancia y cuando Marco se acuerda, dibuja una sonrisa en su cara y se deja llevar corriendo atrás de la pelota o arriba de la bici. Fueron los primos los que lo mataron, lo empujaron y cayó mal, no se murió ahogado, fue el golpe que se dio en la cabeza contra una de las piedras, ahí mismo, donde todos se estaban bañando. Capaz que fue la culpa o tal vez el miedo, pero ninguno dijo nada, cuando lo echaron de menos ya era tarde, aunque quizás ya era tarde en el momento mismo de caer. Eso fue después de una navidad, fue en esa navidad que tuvimos la desgracia de perderlo, recuerda Marco, tenía veintiún años y a mí me conocía desde chiquito, porque éramos vecinos.

Marco es el más chico de los hermanos y sabe, porque le han contado, que su existencia es algo así como producto de la casualidad o de la buena suerte. Su mamá no debía haber tenido más hijos, pero ahí estaba él, arrebatando el aliento, luchando en contra de una marea que le llenaba los pulmones, sujetándose para no perderse. Luisa, la mamá, dicen que estuvo a punto de dejarse llevar en la instancia del parto. A ella le había agarrado una hemorragia, cuenta Marco que le ha contado su papá, pero, bueno, se salvó ella, me salvé yo.

Salvarse o perderse, escaparse, sobrevivir al peso de la memoria, al dolor de la muerte, salir indemne, colgado de la risa, ese parece ser el trabajo de Marco.


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