Mi nona curaba los nervios, eso lo supe desde siempre. La gente del
pueblo venía y le decía: ay, doña Cecilia! me duele el brazo derecho, creo que
hice una mala fuerza el otro día, me duele tanto que casi no lo puedo mover.
Entonces mi abuela buscaba una tacita de té y unos granos de maíz, ponía agua
en la tacita y se dirigía silenciosamente a su habitación. En la semipenumbra
del lugar yo solía mirarla colocar el recipiente con agua sobre la cómoda,
hacerse la señal de la cruz y murmurar toda una serie de oraciones. Sostenía
los granos de maíz en una mano y de vez en cuando dejaba caer alguno al
agua. Mientras tanto, el paciente
esperaba en el comedor de diario de la casa y conversaba con mi tía acerca de
cosas cotidianas: la familia, el trabajo. Una vez que los granitos de maíz se
habían terminado, la nona pronunciaba una última señal de la cruz y dejaba la
tacita con los maíces y el agua sobre la cómoda para dirigirse al comedor y dar
el diagnóstico. Dependiendo de la ubicación de los granos en el fondo del
recipiente, podía ser que los nervios estuvieran algo o muy anudados, de allí
el dolor que la persona denunciara. La cura seguía por unos días más en los que
mi abuela iba renovando el agua, el maíz y la ceremonia aunque sin la presencia
del doliente.
Era un tiempo en el que esta prácticas no estaban muy bien vistas por las
autoridades de salud, no así por la gente, que recurría a ellas tanto como al
hospital. Además, la nona no cobraba y sólo recetaba algunas fricciones con
aceite alcanforado y reposo en caso de ser necesario. Ella decía que su mamá le
había enseñado a curar y que eso era algo que se hacía como favor a las
personas, que no se cobraba, que sólo se hacía por el bien y sin pedir ningún
pago. Aun así, mi tía estaba siempre preocupada por el tema, ella decía que en
cualquier momento a la nona la iban a meter
a preso por practicar la medicina. Insistía en que nadie más se enterara de
lo que mi abuela hacía, pero eso era inevitable en el pueblo, siempre había
gente nueva pidiendo ser atendida: que mi vecina me dijo, que usted la curó a
mi mamá… No era que se formaran colas, nunca vi más de dos personas esperando y
eso era ya algo extraordinario. Por lo general se acercaban uno que otro
paciente durante la semana, no sé por qué el horario preferido era el del
atardecer o un poco más tarde, sería que el mal de los nervios se acentuaba en
ese momento o que la gente tenía tiempo para ocuparse de sus dolores después de
la jornada de trabajo. En general eran hombres o mujeres, no recuerdo haber
visto niños o niñas esperando en la consulta.
La mayoría de las veces eran conocidos de la familia, pero una que otra vez
aparecía alguien nuevo y ese era motivo suficiente para aumentar la
desconfianza de mi tía, algunas veces los despachaba desde la puerta nomás, a
la pregunta por la señora que cura los nervios les respondía rápidamente que en
esa casa no vivía nadie que lo hiciera. Mi nona no protestaba, aceptaba sin más
lo que su hija decidiera sobre el tema.
La nona había llegado de Italia a los ocho años, ella y su familia habían
dejado su tierra natal escapando de la Europa entre guerras y buscando un lugar
en el que fuera posible vivir mejor. No medía más de un metro sesenta y era
bastante delgada, sus manos huesudas y un poco retorcidas por los males de la
edad sabían del trabajo en el campo, de sembrar achicoria, alimentar a las
gallinas y cocinar para la familia. Llevaba su escaso cabello corto sostenido
con un par de peinetas de color negro. Usaba siempre vestidos que le cosía mi
tía, largos hasta abajo de la rodilla, abotonados adelante, con bolsillos y una
pequeña solapa. Calzaba zapatillas abrigadas en invierno y más livianas en
verano, sin cordones y con suela ligera porque sufría de unos juanetes
terribles que –en ocasiones- la obligaban a hacer algún pequeño agujero en el costado
para dar cierta libertad al pie.
Así recuerdo a mi nona, mujer de pocas palabras, sencilla y silenciosa
trajinando todo el día entre el patio y la casa, olor a alcanfor, a laurel en
el tuco, a ajo en la bagna cauda.
que lindo ma! me agarro un poquito e extrañitis de mi abuela...
ResponderEliminarGracias. Qué hermoso!
ResponderEliminargracias! me alegro que te haya gustado! saludos!
EliminarGracias Silvia, me trajo recuerdos de infancia...dese esos lugares lindos del corazón.
ResponderEliminarGracias por el comentario!
EliminarGracias muy bueno mi abuela italiana hacia lo mismo
ResponderEliminarGracias muy bueno mi abuela italiana hacia lo mismo
ResponderEliminarSi? qué buenos es recordar! muchas gracias por tu comentario!
EliminarMi nona que tambien vino de Italia también tenia una estatura parecida a la de tu nona, también vestia batones y tenia juanetes. Tenia costumbres similares y ella curaba el mal de ojo con un plato con agua y aceite al que hacia la cruz con un cuchillo mientras con la otra se hacia la señal de la cruz y esbozaba bostezos si la persona estaba ojeada. Costumbres italianas al parecer de curar que fueron trasmitidas entre su generación.:-)
ResponderEliminarsi, seguramente son costumbres similares. En mi familia nadie aprendió a curar los nervios, en la tuya?
EliminarSilvia quisiera comunicarme con vos por favor
ResponderEliminarHola, disculpas por no contestar, tenía el blog muy abandonado. Mi mail es silviabjuncos@hotmail.com. Lo reviso siempre. Saludos!
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