domingo, 3 de marzo de 2013

PARA CURAR LOS NERVIOS


Mi nona curaba los nervios, eso lo supe desde siempre. La gente del pueblo venía y le decía: ay, doña Cecilia! me duele el brazo derecho, creo que hice una mala fuerza el otro día, me duele tanto que casi no lo puedo mover. Entonces mi abuela buscaba una tacita de té y unos granos de maíz, ponía agua en la tacita y se dirigía silenciosamente a su habitación. En la semipenumbra del lugar yo solía mirarla colocar el recipiente con agua sobre la cómoda, hacerse la señal de la cruz y murmurar toda una serie de oraciones. Sostenía los granos de maíz en una mano y de vez en cuando dejaba caer alguno al agua.  Mientras tanto, el paciente esperaba en el comedor de diario de la casa y conversaba con mi tía acerca de cosas cotidianas: la familia, el trabajo. Una vez que los granitos de maíz se habían terminado, la nona pronunciaba una última señal de la cruz y dejaba la tacita con los maíces y el agua sobre la cómoda para dirigirse al comedor y dar el diagnóstico. Dependiendo de la ubicación de los granos en el fondo del recipiente, podía ser que los nervios estuvieran algo o muy anudados, de allí el dolor que la persona denunciara. La cura seguía por unos días más en los que mi abuela iba renovando el agua, el maíz y la ceremonia aunque sin la presencia del doliente.
Era un tiempo en el que esta prácticas no estaban muy bien vistas por las autoridades de salud, no así por la gente, que recurría a ellas tanto como al hospital. Además, la nona no cobraba y sólo recetaba algunas fricciones con aceite alcanforado y reposo en caso de ser necesario. Ella decía que su mamá le había enseñado a curar y que eso era algo que se hacía como favor a las personas, que no se cobraba, que sólo se hacía por el bien y sin pedir ningún pago. Aun así, mi tía estaba siempre preocupada por el tema, ella decía que en cualquier momento a la nona la iban a meter a preso por practicar la medicina. Insistía en que nadie más se enterara de lo que mi abuela hacía, pero eso era inevitable en el pueblo, siempre había gente nueva pidiendo ser atendida: que mi vecina me dijo, que usted la curó a mi mamá… No era que se formaran colas, nunca vi más de dos personas esperando y eso era ya algo extraordinario. Por lo general se acercaban uno que otro paciente durante la semana, no sé por qué el horario preferido era el del atardecer o un poco más tarde, sería que el mal de los nervios se acentuaba en ese momento o que la gente tenía tiempo para ocuparse de sus dolores después de la jornada de trabajo. En general eran hombres o mujeres, no recuerdo haber visto niños o niñas esperando en la consulta. La mayoría de las veces eran conocidos de la familia, pero una que otra vez aparecía alguien nuevo y ese era motivo suficiente para aumentar la desconfianza de mi tía, algunas veces los despachaba desde la puerta nomás, a la pregunta por la señora que cura los nervios les respondía rápidamente que en esa casa no vivía nadie que lo hiciera. Mi nona no protestaba, aceptaba sin más lo que su hija decidiera sobre el tema.
La nona había llegado de Italia a los ocho años, ella y su familia habían dejado su tierra natal escapando de la Europa entre guerras y buscando un lugar en el que fuera posible vivir mejor. No medía más de un metro sesenta y era bastante delgada, sus manos huesudas y un poco retorcidas por los males de la edad sabían del trabajo en el campo, de sembrar achicoria, alimentar a las gallinas y cocinar para la familia. Llevaba su escaso cabello corto sostenido con un par de peinetas de color negro. Usaba siempre vestidos que le cosía mi tía, largos hasta abajo de la rodilla, abotonados adelante, con bolsillos y una pequeña solapa. Calzaba zapatillas abrigadas en invierno y más livianas en verano, sin cordones y con suela ligera porque sufría de unos juanetes terribles que –en ocasiones- la obligaban a hacer algún pequeño agujero en el costado para dar cierta libertad al pie.
Así recuerdo a mi nona, mujer de pocas palabras, sencilla y silenciosa trajinando todo el día entre el patio y la casa, olor a alcanfor, a laurel en el tuco, a ajo en la bagna cauda.

12 comentarios:

  1. que lindo ma! me agarro un poquito e extrañitis de mi abuela...

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  2. Gracias Silvia, me trajo recuerdos de infancia...dese esos lugares lindos del corazón.

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  3. Gracias muy bueno mi abuela italiana hacia lo mismo

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  4. Gracias muy bueno mi abuela italiana hacia lo mismo

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  5. Mi nona que tambien vino de Italia también tenia una estatura parecida a la de tu nona, también vestia batones y tenia juanetes. Tenia costumbres similares y ella curaba el mal de ojo con un plato con agua y aceite al que hacia la cruz con un cuchillo mientras con la otra se hacia la señal de la cruz y esbozaba bostezos si la persona estaba ojeada. Costumbres italianas al parecer de curar que fueron trasmitidas entre su generación.:-)

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    1. si, seguramente son costumbres similares. En mi familia nadie aprendió a curar los nervios, en la tuya?

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  6. Silvia quisiera comunicarme con vos por favor

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  7. Hola, disculpas por no contestar, tenía el blog muy abandonado. Mi mail es silviabjuncos@hotmail.com. Lo reviso siempre. Saludos!

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