lunes, 9 de diciembre de 2013

Sombra

Cuando era chica mi sombra siempre me acompañaba, allá donde yo iba, siempre estaba ella. Había un sendero desde mi casa hasta el almacén, bueno, no todo era sendero, una parte era calle de tierra y luego comenzaba un sendero angosto rodeado de gramilla y yuyos altos, eso hasta llegar a la calle de la despensa. Durante todo ese trayecto me acompañaba mi sombra, me sentía tan bien, que creía que éramos solo ella y yo. Hablábamos mucho, yo le contaba sobre mis cosas y ella siempre me escuchaba con atención, creo que éramos muy amigas, de esas inseparables. Sonrío al recordar que una vecina de esas que nunca faltan una vez nos sorprendió riéndonos y charlando, me asusté mucho porque no había oído llegar a la señora detrás de mí, tan concentrada estaba que no noté sus pisadas. Ella pasó apresuradamente a mi lado y apenas me saludó, ni siquiera se dio cuenta que yo no estaba sola, que mi sombra me acompañaba.
Me gustaba jugar a separarme de mi sombra, me quedaba quieta, quieta, quietita y luego saltaba de repente. Por un instante nuestras vidas dejaban de ser una y eran dos, cada una por su cuenta. Y eso era una alegría, porque sabía que la volvería a ver pegadita a mí, oscura y profunda a la luz del sol de noche, alegre y brillante en los juegos de la siesta.
Con los chicos jugábamos a pisarnos la sombra y cuando alguien la alcanzaba sentía como un dolor quieto, propio y a la vez ajeno, en el que la risa y el dolor se confundían, ella era como yo, medio flaca, medio desgarbada, no me gustaba que la rozaran ni siquiera en broma.
Hacia el atardecer mi sombra se estiraba y entonces yo soñaba con alcanzarla, tener piernas largas, brazos elegantes, un aire misterioso y una mirada profunda.
Cuando fuimos un poco más grandes, caminábamos siempre juntas por las veredas del pueblo, ella me ayudaba a corregir una incipiente joroba de adolescente estrenando pechos y yo me hacía la que no la veía, porque no era tiempo de andar haciendo cosas de niñas.

Creo que fue como a los quince o a los dieciocho que le perdí el rastro y no fue sino hasta ahora que comencé a preguntarme qué habrá sido de mi sombra. Tal vez estuvo ella ahí en los tiempos del amor, del dolor, del desamor, de los hijos, del trabajo pero la verdad es que nunca más la vi. Tal vez sepa que estoy aquí todavía. Tal vez.