Sucedió que un día la anciana fue a dar una vuelta por el shopping. Sus nietas le habían insistido mucho para que fuera: que ¡dale abuela! ¡no sabés la de gente que hay! ¡y se puede pasear y mirar vidrieras sin que te moleste el viento o te moje la lluvia!
Así que allá fue, se vistió decentemente, se pintó un poco los labios y recorrió a pie las cuadras que la separaban de aquel edificio tan imponente. Grande fue su admiración al entrar: distintos niveles y escaleras mecánicas para ir de uno a otro, muchas luces, mucha música, mucho movimiento.
Al cabo de un rato tuvo ganas de ir al baño, le indicaron amablemente dónde era y ella entró, un poco sorprendida y desorientada: muchas luces, cartelería minimalista, pocas puertas y varios recovecos. Todo fue bien hasta el momento de salir, se detuvo en lo que parecía ser la salida del servicio de mujeres y dudó, ¿era a la derecha o a la izquierda?, hacia un lado había un panel de vidrio y estampado en él, la imagen de color negro de un varón, hacia el frente un pasillo que más allá parecía girar hacia la izquierda, hacia el otro lado otro pasillo más corto y un poco más acá una puerta con una imagen en negro de una mujer y un niño. Muchas luces, se dijo, y ninguna indicación de hacia dónde ir.
Las nietas, cuando van al shopping, buscan siempre en el baño del segundo nivel, porque ahí les dijeron que entró la abuela y nunca más la vieron salir. Antes de salir le dejan una cartita con un plano para volver a casa y un paquetito con golosinas porque a ella le gustaban mucho los dulces.