miércoles, 17 de diciembre de 2014

Y LA TIBIEZA


Ella tenía un temperamento invernal, pero no por lo fría sino por las persianas bajas y la penumbra liviana que deja el sol cuando anda lejos. A veces se desperezaba tranquilamente y miraba a través las pestañas: no, todavía estamos igual, qué pena ¡qué ganas de volver a cerrar los ojos!
Era como esos gusanitos que juntábamos cuando éramos chicos, trabajosamente construía su envoltura de hilos abrigados y esperaba. No sabía muy bien qué esperaba, sólo suponía que cuando llegara el momento se iba a dar cuenta. Una oscura tibieza le rondaba el alma y era como que daba un poco de miedo, pero no de ella, sino por ella. Mientras tanto, los que la veían pasar notaban siempre las delgadas hebras de seda que parecían suspendidas a su alrededor. A veces ella pensaba que no era de este mundo, qué miedo, qué congoja, cuántas manos hacen falta para sostener la fragilidad.
Podía sonreír con desgano y amar con tranquilidad dejándose llevar despaciosamente por el tiempo, que corría sin pedirle permiso. Un soplo de brisa le murmuraba al oído y ella pensaba que era una canción de cuna; un descanso de útero la llamaba, pero casi siempre ella hacía como que no le oía.
Al fin, que la primavera siempre llega y nos roza la piel y nos sacude brevemente y nos convence y nos vence. A ella también.